30.3.10

Cariñosamente desnuda

Al parecer las vacilaciones
son a mi malestar
lo que tu persistente belleza
es a mi imaginación.

Es que entre pagos e impuestos
cotidianos y molestos
se me han escapado dos sonrisas
una cariñosa/ una desnuda

Si le resto el calor y el ruido
de esta ciudad sin sentido
a tu delgadísima figura,
a tu pecho/ a tu cintura
sobra para dar regalos
al resto de mis sentidos


No has de saberlo pero,
esta ciudad se enferma sin ti.
Toce y no come
malcriada
Vuelve que eres
extrañada.

2.3.10

Esto, aquello y lo otro

Érase una vez Ramón, un pececito dorado que cometió el terrible error de hacerse pasar por muerto y terminó en el excusado. Aunque Augusto, el niño de 8 años dueño de Ramón, sólo supo que su papá lo había devuelto al mar. Federico, amigo de Augusto, sabía exáctamente lo que “devolver al mar” significaba, ya que había visto muerto al perro de su hermano y escuchó cuando su mamá, Claudia, le dijo que su papá lo había “llevado a la pradera”. Claudia engañaba al papá de Federico con Víctor, el vigilante de la garita de la calle en que vivían. Algo del asqueroso estado de ese baño de un metro cuadrado en el que cometían la fechoría la había hecho tener más orgasmos en tres meses que en sus 16 años de matrimonio, o al menos así lo sentía ella. Víctor había estado en la cárcel, ahí se hizo los tatuajes que atrayeron a Claudia en un principio. El artista era Marciel, un asesino de seis personas quien cumplía una larguísima sentencia. Aprendió a tatuar siguiendo el consejo de su primer compañero de celda, que en la cárcel hay que tener un algún tipo de pasatiempo para no enloquecer y pues, antes de convertirse en asesino múltiple, a Marciel se le daban muy bien los dibujos. El primer tatuaje que hizo fue a Leandro, un patético hombre condenado por violar a varias niñas, se decía que algunas eran menores de diez años, el tatuaje que le hizo era un gran letrero en su espalda que decía “MALDITO”. Leandro, antes de ser el lienzo de práctica de Marciel (catorce tatuajes en total, supuestamente uno por cada niña violada), había sido un hábil carpintero de un popular mercado de muebles. Se dedicaba a imitar los muebles más modernos de las distintas tiendas de la ciudad y lo hacía con un habilidad envidiable, aunque con materiales de menor calidad. La primera violación que cometió fue a la hija de su jefe, Reyna, de dieciseis años de edad, su excusa fue la de siempre en estos casos, ella era quien lo seducía. Eso había sido hace muchos años y Reyna logró superarlo, sin embargo, algunas noches, aún con su marido al lado, ella soñaba con aquella violación y en sueños la disfrutaba. Reyna trataba de entender por qué le sucedía esto, para eso contaba con Gregorio, su psicólogo, un hombre considerado por sus colegas como un talento desperdiciado, había renunciado a una importante beca por amor y ahora se dedicaba a atender pacientes a un precio relativamente bajo. Sin embargo, él estaba feliz. Había entrado a esta profesión para ayudar a la gente, con el ideal de ayudar a que otros no pasaran por lo que él. Su padre, Efraín, se había suicidado después de perder su empleo. La historia del suicidio fue dramática, ya que el cadaver fue descubierto por Miguel, un niño de seis años, en medio de un parque y con la mitada de la cabeza hecha un agujero. El trauma de Miguel fue grande, principalmente porque su mamá hizo un escándalo de proporciones descomunales, pero Miguel lo superó en su adolescencia, en gran medida con la ayuda de su mejor amigo, David, con quien tenía largas discusiones sobre la vida, la muerte, Dios, la religión; en fin, de esto, aquello y lo otro. Miguel recordaba particularmente una historia que habían leído y discutido juntos, una que convenció a David de que las vidas de todas las personas de la tierra, de alguna forma, están interconectadas.