24.10.10

Amenaza

Al llegar al edificio donde vivo, me detuve en el buzón donde se deposita en común la correspondencia de los quince apartamentos. Después de barajar y husmear dentro del marco de lo legal y lo ético la correspondencia de todos mis vecinos, tomé lo que me correspondía. Un sobre y un pequeño paquete del tamaño de una cinta de VHS. El sobre era mi estado de cuenta bancaria, lo abrí, lo vi, me deprimí. El paquete estaba dirigido a mi, tal como lo dejaba ver una letra de molde escrita en tinta azul. Era liviano y al agitarlo se escuchaba algo rodando y golpeando contra las paredes. Lo comencé a abrir sin mayor interés, realmente no esperaba ningún paquete de nadie. Arranqué la cinta adhesiva con mucho cuidado para tratar de no arrancar ningún trozo de papel, lo hice para practicar y mejorar mi técnica al quitarle las etiquetas de precios a los libros, discos y películas. Fracasé y buena parte del papel se quedó pegado al adhesivo, revelando una caja blanca de cartón, también cerrada con la misma cinta. Repetí el procedimiento, pero al parecer mis libros, discos y películas están destinados a tener restos de pegamento de las etiquetas por siempre, parte del color blanco de la caja se quedó en la cinta dejando ver trazos marrones del cartón. Finalmente abrí la carta y adentro había una nota y lo que parecía ser un meñique, o el anular de alguien con manos pequeñas, como un niño o un enano. En la base tenía una gasa con un puntito rojo de sangre. La nota que acompañaba al misterioso apéndice decía 25 millones o un dedo cada 24 horas. También se daba una dirección. Guardé el dedo en el refrigerador y me senté a meditar, volví a ver mi estado de cuenta y tomé una decisión, al día siguiente iría personalmente a esa dirección a recoger mis 25 millones ¿Para qué querría yo un dedo cada 24 horas?

6.9.10

La conspiración de Jack Smith

Bien temprano en la mañana suena el despertador de Jack Smith. Se levanta de un salto, se prepara un licuado de frutas y sube durante 20 minutos a su bicicleta estacionaria. Para Jack es de vida o muerte tener buena condición física, especialmente en el área cardiovascular. Después del ejercicio, entra al taller donde con mucha delicadeza y mucho látex confecciona las distintas caras que tendrá que usar durante ese mes, mientras practica las distintas voces y acentos de todos los personajes que le toca interpretar.

A las 9:30 de la mañana sale de su casa en moto a toda velocidad hasta el puerto, ahí recibe dos contendores que deben ser llevados a dos importantes barrios de la ciudad, guía uno a uno a los conductores de ambos camiones, descargan una veintena de cajas de madera cerradas con clavos en las que sólo se lee “made in Taiwan”. Una vez entregadas las cajas y sin que los conductores sepan qué transportaron, Jack confirma con sus contactos las órdenes de repartir las dos toneladas de armas y drogas entre los principales delicuentes de la zona, todo esto en clave, de manera que cualquier transeúnte piensa que se está hablando de las muñecas Barbie que estarán de moda esta navidad. Son las 12:30 del mediodía y Jack Smith almuerza un sandwich mientras maneja la moto porque va tarde a su siguiente labor del día.

Una breve parada en casa para sacar la cara y el uniforme del obrero de la compañía eléctrica que “desapareció” hace algunos meses, cambiar velozmente el rotulado de la camioneta por el que corresponde a la ocasión y Jack sale a dos importantes sectores empresariales de la ciudad a cortar la luz. Ese día el corte tomará cerca de 6 horas en ser solventado, es perfecto. Son las son las 15:45 y Jack Smith regresa nuevamente a casa.

Con su nueva cara de dirigente político, Jack Smith pasa rápidamente por la oficina de correo a enviar los guiones de la rueda de prensa de dos candidatos y del noticiero de esa noche del canal disidente, luego sale a hacer campaña en los mismos dos barrios donde entregó las armas esa mañana. Su campaña critica la ineficiencia del actual gobierno en el tema de la seguridad ciudadana y los servicios básicos. Mientras Jack camina, va contando las casas, los locales comerciales y abastos de la zona, piensa que gracias a su trabajo algún día todo eso será propiedad de algún empresario de su país. Jack Smith es un patriota. Son las 18:25 y la tarde es agradable.

Después de un par de horas en el tráfico de la hora pico, Jack se ve obligado a cambiarse el rostro en plena autopista, no es problema, nadie se ha percatado. Jack finalmente llega a su oficina en uno de los principales diarios del país, comienza poco a poco separar las noticias antes del cierre de la edición, las malas a la derecha, las buenas a la basura. Son las 21:15 y Jack Smith está agotado y si no fuera por su excelente condición física nunca lograría todas sus labores, es hora de volver a casa, al día siguiente tiene que realizar los siempre tediosos sabotajes al servicio de agua y volver temprano a terminar de leer el manual para el ensamblaje de la máquina que causa terromotos.

No es fácil ser un agente de la CIA a cargo de la devastación de un país, Jack Smith lo sabe.

30.6.10

La violencia en Santiago

Finalmente, después de meses de entrenamiento y después de tres días de patrullar sigilosamente su vecindario, Santiago consiguió la oportunidad de poner a prueba lo que consideraba el propósito de su vida. Los vio saltar el muro de una casa a dos calles de la suya, eran dos, iban armados. Subió al techo de la casa lentamente, sin hacer ruido. Caminó por el techo sin agacharse demasiado, el traje y el pasamontañas negros le daban suficiente camuflaje en la noche sin luna. Las luces de la calle tenían días sin funcionar. A cada paso que daba podía sentir las tejas agrietándose bajo sus pies, pensó que esas tejas eran una perfecta metáfora para cada ley y cada regla que se disponía a romper. Silencio. Al acercarse al borde del techo, alcanzó a ver la luz de una habitación proyectada sobre el pasto del jardín. Escuchó la voz de uno de los delincuentes, le daba indicaciones a sus víctimas de permanecer en silencio, los amenazó de muerte.

Santiago se acostó sobre el borde del techo, bajó la cabeza para observar hacia el interior de la casa, la ventana era grande, estaba cerrada, pero era corrediza, de puro vidrio, no sería mayor problema para él. Podía ver al criminal apuntando hacia una esquina de la habitación, era joven, máximo veinte años de edad. No alcanzaba ver cuantas personas estaban siendo amenzadas por esa mano nerviosa con el dedo en el gatillo. De pronto entró el segundo de los delincuentes, no pudo ver su cara, pero sí vio cuando le dio un rollo de cinta adhesiva. Le dio la orden a uno de los rehenes de levantarse, era una mujer, por su cuerpo parecía joven, adolescente incluso, aunque tampoco pudo verle la cara. Vio como la amarraron de las manos, luego las piernas y finalmente un pequeño pedazo de cinta que funcionaría de mordaza. El hombre subió a la joven sobre uno de sus hombros como un costal y salió de la habitación. De pronto tratará de violarla, pensó Santiago. El primero de lo delicuentes, se quedó en el cuarto, caminó con la cinta adhesiva en las manos hasta desaparecer por el borde de la ventana, sin duda para amarrar a la otra víctima. No había mucho tiempo que perder. Al momento que el joven criminal volvió a aparecer en la ventana, ya teniendo a su víctima completamente inmovilizada, guardó su pistola en la parte de atrás de su pantalón y se recostó de espaldas en la ventana. Lo escuchó decir a la víctima que no se preocupara, porque su “bróder” trataría muy bien a la “princesa”. Era el momento.

Santiago se puso de pie, dio algunos pasos hacia atrás, alargó el cuello para ver en la sombra del jardín si su primer objetivo seguía en la misma posición, recostado de espaldas en la ventana. Dio un paso para tomar impulso y brincó con su cuerpo hacia adelante como si fuera a lanzarse de clavado. Cruzó las manos para tomar el filo del canal por el que escurre el agua de la lluvia y una vez que rebasó completamente el borde del techo y con sus manos bien posicionadas, los brazos se enderezaron y con ellos todo su cuerpo. Se balanceó con mucha fuerza con las piernas hacia la ventana y la atravesó golpeando al asaltante. El ruido del vidrio al romperse fue estridente. La patada había sido lo suficientemente fuerte para dejar a su primer oponente en el piso boca abajo. Perfecto, sin duda el otro habría escuchado la conmoción. La velocidad era clave. Santiago sacó la pistola del pantalón del delincuente y la usó para golpearlo en la nuca con mucha fuerza, sintió como el golpe rompió algún hueso del cráneo. Perfecto. No se levantaría en un rato, si acaso se levantaba. Volteó a la esquina y se encontró con una mujer de unos cincuenta años de edad, amordazada. La otra víctima, sin duda la madre de la joven. En aquellos ojos podía ver completo terror. Fue ahí cuando se percató de lo calmado que se encontraba, si bien se había preparado para este momento, igual nunca pensó que estaría tan tranquilo. Se llevó el dedo a la boca para indicarle a la mujer que hiciera silencio. Rápidamente sacó el enorme cuchillo de caza que traía en la pierna derecha y se colocó a un lado de la puerta. No pasaron tres segundos cuando el segundo criminal, el “bróder”, entró corriendo; pero no había terminado de abrir la puerta cuando el cuchillo atravesó su garganta. Santiago retiró el cuchillo con fuerza, haciendo que un gran chorro de sangre salpicara el piso. El cadáver se desplomó y quedó aparatosamente postrado contra el marco de la puerta. Santiago lo observó durante unos segundos, a ver si sentía algo al acabar por primera vez con una vida. No sintió nada, de pronto era la adrenalina haciendo su efecto. Un grito ahogado por la mordaza lo hizo voltear, el primero de los dos jóvenes se estaba recuperando, comenzaba a ponerse de pie apoyándose sobre su mano izquierda, pero Santiago lo hizo caer nuevamente barriéndole el apoyo con el pie. Lo tomó del cuello de la camisa y lo hizo voltear boca arriba. Ya estaba despierto, pero muy aturdido, sus ojos no podían enfocarse, no sabía lo que estaba sucediendo. Reaccionó cuando sintió las rodillas apoyándose en sus dos brazos, cerca de los hombros, para inmovilizarlo. Santiago lo miró fríamente a los ojos, comenzó estrangularlo, cada vez con más fuerza, sentía sus dedos enterrarse en el cuello, también los rodillazos desesperados en su espalda, pero todos sus músculos estaban concentrados en este momento. No dejaba de verlo a los ojos, quería ver el momento exacto en que la vida los abandonara. Sentía la agitación de la mujer amordazada en la esquina, sentia el horror de ella al verlo asesinar a sangre fría a estos dos que habrían hecho lo mismo con ella. Sin embargo, no se sintió mal, no sentía remordimiento, pensó que ver la luz de esos ojos perderse poco a poco a causa de sus propias manos era algo divino, celestial. Sintió amor. No podía ponerle otro nombre a lo que sentía por ese criminal que moría entre sus manos. Le agradecía la oportunidad liberar toda su violencia, por darle la bienvenida a ese otro mundo al que las personas “buenas” temen entrar. Finalmente aquellos ojos se desorbitaron y no hubo más pelea, no había más vida en ellos.

Santiago se levantó, volteó a ver a la mujer, sonrió y de un salto escapó por la ventana. Había conseguido su propósito, su razón de ser. Pensó que sólo a través de toda esa violencia era verdaderamente libre. Ahora el bien y el mal son la misma cosa, él es la evidencia. Su trabajo seguiría hasta la muerte, una muerte que le coqueteaba desde que nació y que ahora finalmente haría suya.

21.6.10

Elena ya no tiene la llave

Dicen que la ha perdido, yo asumo que la barrieron debajo de la alfombra. Sobre la mediocridad de la señora que limpia la casa de Elena recae la injusta sospecha. Su hijo, su tesorito, sería el verdadero culpable. Barría apresuradamente un desorden que hizo la noche anterior mientras cargaba una y otra vez su pipa con marihuana en compañía de algunos de sus mejores (para su mamá peores) amigos.

Pobre Elena, ella siempre ha tenido la llave. No era amiga del destino, ni de la idea del destino, pero no tenía, como nosotros, la posibilidad de decir que no creía en el destino. El de ella se le había parado enfrente con sonrisa retorcida, sardónica, inolvidable, le había dado una llave, que abre algunas cosas, cierra algunas otras, nunca da tregua y no la juzga nunca, aún cuando la ha perdido. Entiendan que no puede luchar el destino contra el amor de una madre por su hijo.

Yo conozco dos verdades, una está frente al espejo y la otra en el bolsillo trasero derecho de mi pantalón. Son superficiales mis verdades, porque que si fueran profundas, al momento de llegar a ellas, ya se hicieron viejas, mañosas y falsas. Elena no conoce ninguna verdad, al punto que esa palabra no significa absolutamente nada para ella. Ha sido amante de bandidos y bribones, de santos y de héroes. Alguno de ellos el padre del marihuanerito que, yo asumo, perdió la llave, la llave de su madre.

Es angustioso perderlo todo. Es difícil encontrarse a uno mismo cuando aquel objeto en el que uno depositó el sentido de su vida, de pronto se extravía. El miedo maneja a todos los seres humanos, mentira, a todos menos a quienes lo aceptan y tratan de superarlo. Fue así el caso de Elena, quien respiró profundamente, calmó su cabeza y antes de gritarle a nadie fue y vació su cartera y ahí, brillando sobre el mesón de la cocina, cayó la llave, perdida, en la vorágine que habita las carteras femeninas.

Yo estaba equivocado, Elena tiene la llave.

18.6.10

A Cristina

A Cristina le escribo un poema sencillo,
peca de mediocre, es gris y sin brillo,
hablar de campos y flores, podría
Pero Cristina aborrece las cursilerías.

Quisiera contarle un tanto del mar,
mecerme en las olas de su imaginar.
Mas nunca hago mella en la inmunidad,
acurrucada y necia de su voluntad.

Luego le menciono el cielo y las estrellas,
cómo desaparecen cuando la veo a ella.
Incrédula, me acusa de ser exagerado,
y se dibuja su sonrisa sobre mi teclado.

¡Ay! Cristina ¿Me dirás si te sonrojas?
disculpa la palabra, pero se me antoja
decirte que eres, exageración aparte
la mujer más bella que haya visto… en Marte

Y espero el momento en que comprobaré,
al verte sentada detrás de un café,
si le haces justicia a tus fotografías,
sin garantizar la ausencia de cursilerías.

29.5.10

Tonterías

Escribir un poema es como escribir tonterías
cosas sin sentido que invaden el alma mía
Algún día mis palabras serán algo más
que ideas tontas manchando páginas.

Si se me ocurre algo inteligente qué decir
seguramente no lo diría
así pienso que nace la sabiduría
así, lamentablemente, nunca te conquistaría.

Pero al menos sé cuán tonto soy
al menos me reconozco en el espejo,
al menos sé que no será hoy,
pero algún día serás mía,
y no de algún otro pendejo.

28.5.10

Es sólo un cuento (y son sólo personajes)

Este cuento que apenas comienzo a escribir, aunque triste, es mi cuento favorito.

Es muy temprano en la mañana, tus brazos alrededor de mi cuello, nuestras piernas imposibles de distinguir entre las sábanas. Ese rayo de sol que me despierta no es tan odioso cuando se refleja en esos grandes dientes que forman tu sonrisa. Finalmente siento la obligación de admitir que sí, eres dulce, pero tu boca me hace callar con un beso. Mi mano recorre tu espalda de arriba a abajo y de abajo a arriba, como si estuviera pensando intensamente la mejor manera de darle las gracias a tu piel por los favores recibidos. Tus costillas están tan cerca que ya no reconozco cuales son las mías y tu respiración casi entra en mis pulmones y pareciera que es la responsable de mi vida… Y ¡Vaya vida la mía!

Este cuento que acabo de escribir, aunque triste, es mi cuento favorito, no porque sea particularmente original, ni siquiera es bueno, pero se trata de ti y de mi.

25.5.10

Venezuela desde otros ojos

La arena del debate político venezolano es un lugar hostil. Da menos miedo lanzarse de cabeza dentro de un aserradero que involucrarse en una discusión entre chavismo y oposición. En todo caso, este fin de semana tuve una discusión muy particular sobre la situación de Venezuela y es que tuve la posibilidad de ver a Venezuela a través de ojos muy distintos a los míos.

Cabe aclarar que en los últimos tiempos me he acostumbrado a moderar mis comentarios tratando de dirigir mis críticas más hacia las personas, los ciudadanos y la sociedad venezolana en general, que hacia uno u otro bando en particular. Además, he construido una postura basada en una comparación a grandes rasgos de la Venezuela en la que viví mi infancia y la Venezuela que abandondé ya de adulto hace dos años. Estos son algunos puntos claves que conforman mi apreciación de la situación política y social de mi país

- El nivel de hostilidad del venezolano ha subido al punto de que ya no somos aquel pueblo alegre del que nos vanagloreamos tanto
- Que el pasado haya sido malo no implica que, por defecto, el presente sea bueno. De la misma forma, el hecho de que el presente sea malo, no implica que el futuro vaya a ser mejor
- Me asquea la importancia que le hemos dado a los actores políticos por encima de las personas con quienes convivimos directamente

Viviendo en el extranjero esta ha sido una postura bastante sensata para no caer en argumentos y discusiones política que sólo los venezolanos entendemos y conocemos con profundidad. Además, la pregunta sobre Venezuela y sobre Chávez es obligatoria cuando alguien se entera de mi nacionalidad. Otro punto importante de vivir en el extranjero ha sido la posibilidad de darle reposo a mi conciencia a través de períodos (muy cortos) de desconexión total de la realidad venezolana, cosa que es muy complicada viviendo dentro de Venezuela, pero que pienso que es posible (aunque is amigos de allá me critican mucho este punto).

En todo caso, aquí en México, lugar al que vine por razones de trabajo y no por una necesidad de huir de mi país, normalmente me toca conversar y aclarar un poco y de la manera más ecuánime posible lo que sucede con el gobierno de mi país, ya sea con mexicanos o con personas de otras partes del mundo. Sin embargo, este fin de semana entablé una conversación muy interesante con un colombiano sobre Venezuela en la que fue él quien tomó la palabra por más tiempo, porque la verdad es que yo no podía sino escuchar con asombro su perspectiva sobre Venezuela.

Resulta que este bogotano tiene mucha familia en Venezuela, en Barquisimeto, para ser más precisos. Una familia de colombianos que llegaron a Venezuela a finales de los 70, principios de los 80, buscando huir de la violencia que azotaba a su país principalmente a causa del narcotráfico y por supuesto de la guerrilla. Por esta razón, él viajaba, durante su infancia, cada verano a pasar las vacaciones con sus tíos en tierras venezolanas. Él recuerda con asombro que viajar a Venezuela le daba la misma sensación que viajar a Disney, era ir al primer mundo pero más cerquita, era ir a un país donde se conseguían todas las cosas que en Colombia no existían: ropa de marca y de última moda, juguetes gringos, juegos de video y demás. Además recuerda lo impresionado que iba cuando sus padres admiraban con sana envidia la calidad de las autopista, la magnitud de los puentes y túneles, la belleza de la aquitectura, el calibre de las universidades y otras obras de infraestructura que daban evidencia del peso que tenía Venezuela como referencia para el resto de las naciones de América del Sur en todos los sentidos. Mi mente tradujo sus palabras de la siguiente manera: la calidad de vida venezolana era, para un colombiano en los años 90, el equivalente de lo que la calidad de vida colombiana es en la actualidad para mi.

Con el pasar de los años, sus visitas a Venezuela fueron cada vez menos frecuentes y no fue hasta después de alcanzar la adultez que tuvo la oportunidad de regresar por razones laborales a aquel país que tanto le impresionó. Esta vez, regresó cargado de café, papel de baño y otras cosas básicas que sus familiares le pidieron de favor, dada la dificultad de conseguirlas en el país. Llevando cosas que se consiguen en Colombia en cualquier supermercado, abasto o tiendita, al país que solía tener lo que el suyo apenas soñaba. Como era de esperarse, hoy en día se preguntaba si de niño él era muy fácil de impresionar o si en realidad Venezuela ha visto semejante deterioro. De pronto no era Venezuela en donde había paseado durante aquellos veranos de su infancia, de pronto Alicia ya no sigue a un conejo hasta el país de las maravillas, sino un malandro la secuestra y la lleva al país de las pesadillas.

Después de escuchar esto no puedo evitar decir lo que realmente siento. Entiendo que esa Venezuela de los 90 que él conoció era una Venezuela de gran desigualdad social, de grandes problemas en materia de salud, educación, etc. problemas que él por su edad no tenía la posibilidad de ponderar, problemas escondidos detrás de una máscara de primermundismo; pero en sus palabras se dibujaba con claridad una Venezuela con todas las herramientas para lograr solventar esos problemas y ser más que una bonita fachada. La Venezuela de hoy, en cambio, ya no tiene máscara. Pareciera que sólo encuentra cada vez más problemas y, debo decirlo, la mayoría son causados por la gran bocota del presidente Chávez, quien habló como ninguno antes lo había hecho con los pobres, les habló de venganza, les habló de rencor y de resentimiento, abusó y abusa de las palabras y este abuso siempre lleva a la mentira o a la falacia por pura hipérbole. Estafó al país con una idea tan noble como la justicia social. Pero basta caminar por cualquier calle del país para darse cuenta de que nada ha mejorado, que la pobreza sigue estando ahí y que las pocas cosas que impresionaron a aquel niño turista, hoy en día han sido reemplazadas por la desidia y por el rostro del presidente que aparece en cualquier rincón del país con una sonrisa, como quien se siente orgulloso de la destrucción de las pocas cosas buenas que teníamos.

11.5.10

Si YO fuera presidente

(Esta es una respuesta inesperada a Si yo fuera presidente de mi colega, compatriota y camarada David Cerqueiro)


Si yo fuera presidente
retrocedería más y más el horario,
hasta poder cabalgar un dinosaurio.
Si yo fuera presidente
no lo sería de este país
sería de uno diferente.
Tendría ojeras de tanto trabajar
para conquistar muchachitas,
mientras ustedes le echan bola
o esta vaina se nos marchita.

Si yo fuera presidente
prohibiría muchas cosas
prohibiría, por ejemplo, las caras de idiota,
las retransmisiones de peleas de Jake La Motta.
si a mi que no soy presidente
me divierten la prohibiciones,
acumuladas municiones
de mis propias frustraciones.
(funciones, cañones, pensiones)
Si yo fuera presidente
me dedicaría a eliminar la rima
así como ahora con este verso.

Si yo fuera presidente
renunciaría a los tres días,
no por arrepentido sino por la ladilla.
Gobernarlos a ustedes ha de ser insufrible,
aburridos, pendejos, superficiales, insensibles.
Si yo fuera presidente
vendería cocaína en una esquina,
con cara de maleante de amplio prontuario,
con una novia de calendario
insoportable mal viviente de tu vecindario.
(arrendatario, sectario, secundario
Estado canadiense de Ontario)

Si yo fuera presidente
me suicidaría en la oficina
dejaría de legado una letrina
donde cagué desde que me invistieron
y ustedes nunca me detuvieron.
Si yo fuera presidente
con ustedes sería contundente.
Llorones, pataleros, inservibles,
si yo fuera presidente
los usaría como combustible.

Pero no soy presidente
y los quiero mucho.
(bastante, que jode, mogollón, burda, un chingo)

10.5.10

Yo no hablo

¡Ja!

Dicen que los hombres sabios son los que saben callar, yo digo ¿quién quiere ser sabio? ¿para qué sirve la sabiduría?

Nada sirve, realmente nada sirve. Podemos jugar a que tal o cual cosa sirve, pero al final realmente no sirve. Yo hablo, por ejemplo, hasta por los codos. Me costó que me echaran de un colegio, me ha costado hacer que alguna que otra mujer salga corriendo espantada, me ha costado un poco de todo y la verdad es que abrir la boca y decir las estupideces que pienso no me cuesta absolutamente nada, más bien estoy buscando que alguien me pague por eso algún día. Aún si lo consigo, dudo que me sirva.

Uno se va, uno regresa, uno sigue, uno se detiene. Me atrevo incluso a usar ese “uno” tan abusivo y prepotente porque estoy convencido de que es “uno” el que no sirve y no estoy hablando de ti, ni de mi, estoy hablando de uno, que es exactamente lo mismo. Leer esto no sirve, escribirlo sólo sirve para desvelarme y ¿para qué sirve desvelarse? realmente no sirve para nada... No, puedo decir: es que yo voy a hacer esto para conseguir aquello o simplemente lo voy a hacer sin ningún propósito, da exáctamente lo mismo, es mejor o peor, depende, a veces es mejor ahorita pero es peor después. Eso pienso.

Fíjate nada más, yo tengo este blog y aquí hablo del amor, de la libertad, de política, de cosas sin sentido, de cosas con sentido ¿Hablo de algo importante? No, realmente no hablo ni digo nada importante, yo no hablo de esas cosas. Es más, qué digo hablar, escribir, menos todavía. No hay nada por qué quejarse y es por eso que nos quejamos de todo. A mi en ningún momento me dieron ningún tipo de opción, todo fue así de coñazo, “párese en esa dos piernas que Dios le dio y eche andar, carajo, no le queda de otra”. Por eso es que hay suicidas. En un mundo así y en una vida así realmente sólo hay dos caminos o te resignas y vives y ya o te aferras al supuesto propósito de la vida, etc. Te aferras a “el punto”, pero fíjate que hasta el diccionario es impreciso en la definición de “punto”, tiene como 30 significados distintos, si ni siquiera el DRAE y toda la minuciosidad de la academia han logrado definir el puto punto ¿Crees que tú lo vas a lograr? Digo, no te estoy menospreciando, pero se trata de aceptar un poco las cosas. Entonces, si sólo tenemos esas dos opciones, porque no hay más, no hay camino del medio y buda no tenía la más puta idea de lo que hablaba porque perdió todas las neuronas de tanto ayunar, hasta el punto que para el pobre carajo el sonido de un río era toda una sinfonía (Beethoven revuélcate en tu tumba); podemos elegir una opción o la otra y no hay chance de cambiarse, porque si vives y ya, sin más ni menos, te parece que todos los que creen en el propósito son unos idiotas, y lo son, pero tú también eres un idiota, porque ellos sí tienen propósito, claro, en su idiotez no tienen ni la más remota idea de cual es el propósito, pero lo tienen y es imposible para ellos dejar el propósito, a veces lo hacen, pero los destruye, porque si tienes toda una vida creyendo que sirves para algo y luego te das cuenta de que no es así, te jodiste.

¿Me explico?

26.4.10

Libertad

Lo más importante que he aprendido en mi vida hasta este momento es a tener una frágil apreciación de mi propia libertad en su sentido más puro y concreto: soy completamente libre de ser lo que quiera ser.

Frágil, porque a veces pierdo esta apreciación sin darme cuenta, en medio de pensamientos o ideas que me atan. Sin embargo, creo que para este momento de mi vida he logrado bastante al alcanzar a entender el concepto de mi libertad aunque sea por breves e intermitentes períodos de tiempo.

Voy a tratar de expresarlo mejor, aunque creo que en cierto punto, las palabras y los esfuerzos meramente racionales pueden quedarse cortos para lograr una explicación que pueda situar a otra persona en la inmensa satisfacción que siento cada vez que me encuentro lleno de mi libertad. Digo que soy libre de “ser” y no libre de “hacer”, porque ahí encontré el error fundamental en el que caía al comienzo de esta búsqueda. Porque yo puedo querer hacer muchas cosas en un determinado instante, pero hay leyes de mayor y menor orden que me impiden hacer estas cosas. Leyes que pueden ser de la naturaleza, tan básicas como la gravedad que me impide volar o tan complejas y personales como los principios morales personales que me impiden cometer algunos tipos de actos.

En cuanto al concepto de “ser” dentro de la frase con la que comienza este texto, hay que aclarar un punto. Es que el “ser”, para mi, está íntimamente ligado al momento, al presente, a lo inmediato. Aquí es donde existe una imposibilidad de ser aquello que uno no es. Por ejemplo, yo puedo decir que quiero ser millonario, o que quiero ser Superman y no lo voy a lograr. Entonces veo que las limitaciones de la libertad en el sentido aquí expresado son muchas, aunque yo también soy libre de imaginar algunas cosas y eso a veces llega a ser gratificante e incluso vital para mi.

Lo más importante, igual, sigue siendo que aquello que he aprendido es a tener una apreciación de mi libertad, porque lo cierto es que libres somos todos, es algo intrínseco al ser humano, tal como lo establece la declaración de los Derechos Humanos, la cual no es una Constitución o un conjunto de leyes que deban seguir y respetar los Estados, sino una enumeración de las verdades que nos construyen como individuos. Todos somos libres de ser lo que queramos ser, libres de obrar de una u otra manera ante una determinada situación.

De ahí se desprende una gran responsabilidad que tenemos, de ahí se desprende la importancia de lograr una apreciación de esta libertad, ya que al darme cuenta de que siempre he sido libre, comienzo a entender ciertas decisiones que he tomado en mi vida y cómo en ellas logré traicionarme a mi mismo, obré contrariamente a como yo sabía que lo debía a hacer en ese momento y, sin embargo, por cualquier razón superficial como la presión del grupo o tan compleja como algún supuesto “deber ser” inculcado por la sociedad hice algo equivocado o que iba en contra de lo que yo sentía o creía en el momento. Pero no se trata de arrepentimiento, se trata de aprendizaje, se trata de crear una consciencia de que a cada instante, minuto a minuto, yo me enfrento a una circunstancia y que dentro de esa circunstancia yo tengo que definirme a mi mismo, yo tengo que conseguirme a mi mismo y soy libre de ser yo mismo o de entregarme a la mediocridad de imitar a algún otro, de seguir un status quo o de simplemente quedarme callado y permitir que el mundo siga un curso que dentro de mi siento como equivocado.

Yo no soy todopoderoso, ni siquiera soy medianamente poderoso dentro de los cánones tradicionales del mundo en que vivimos, soy un joven con un blog y una cuenta de twitter. Mi poder llega hasta donde me alcanza el brazo y a veces ni siquiera es suficiente para mover una silla. Hay muchas cosas que quisiera hacer, que quisiera cambiar y simplemente no lo voy a lograr porque no tengo los medios inmediatos para hacerlo. Pero lo que sí puedo hacer es enrumbar mi vida en esa dirección, vivir con ese sentir, expresarlo sin temor y decidirme a cambiar al mundo. Esa decisión, debo tomarla a cada instante y no hay nada más difícil de lograr en esta vida. Las fuerzas de la humanidad, de religiones, convenciones sociales, ideologías, pensamientos, etc. son demasiado grandes, demasiado antiguas y demasiado complejas para poder entendernos completamente a nosotros mismos afuera de ellas. Porque no se trata de pensar que todo lo que viene de afuera es malo, no se trata de ser un rebelde eterno con todo o contra todo, se trata de encontrarme a mi mismo adentro de ese todo, saber que finalmente soy yo quien decido con qué me quedo de todo eso que los siglos y siglos de historia humana tienen para enseñarme y saber qué pondré yo de mi propia invención, de mi propia voluntad.

Finalmente; el último paso, en el que me encuentro en este momento, creo, es el de entender mis propias limitaciones y mis propios defectos de cara a lo que puedo hacer con mi libertad. Aceptar estos defectos a plenitud, aceptarlos aún sin querer cambiarlos. Me veo a mi mismo y reconozco mis defectos y no debo, por ellos, menospreciarme, porque son parte de mi, una parte tan importante como mis virtudes, tan necesaria para poder lograr esa apreciación completa de quien soy dentro del contexto de mi circunstancia y para poder disfrutar a cada instante el saber que, sin importar quienes sean mis padres, mis jefes, mis gobernantes, mis sacerdotes o mis dioses, soy completamente libre de ser lo que quiero ser.

8.4.10

Llamadas perdidas

Tuuuuuuuuuuuuuuuuu
nunca me contestas
Tuuuuuuuuuuuuuuuuu
no me correspondes
Tuuuuuuuuuuuuuuuuu
siempre te me escondes
Tuuuuuuuuuuuuuuuuu
y tu cara de molesta
Tuuuuuuuuuuuuuuuuu
constante relajo
Tuuuuuuuuuuuuuuuuu
tan despreocupada
Tuuuuuuuuuuuuuuuuu
vives en mi almohada
Tuuuuuuuuuuuuuuuuu
¡contesta ya, carajo!

5.4.10

Incontables estupideces

Aquel trago de aquella botella tenía sabor a buenas fiestas con viejos amigos, por eso su sonrisa guardaba, junto a la alegría del buen momento, un espacio para la melancolía. No hubo ahí un rastro de sufrimiento, sólo la placentera sensación de saberse querido, en tiempo presente, a través de recuerdos inevitablemente pasados.

A la luz de esa intermitente soledad, aquellas memorias tenían un resplandor casi solemne, cosa curiosa porque las que más apreciaba eran en su mayoría puras vagabunderías que mejor ni contarlas a quienes ahora lo acompañaban. La grandilocuencia que vestía sus recuerdos se la había dado el buen humor que nace en los que saben hacer de sus equivocaciones eventos dignos de la envidia de grandes artistas, a ver si luego el chisme da lugar a algún buen mito. Aquellos hechos que de ser confesados seguro levantarían algún cargo en alguna corte, siempre serán para él parte de la gesta heroica que ha sido vivir su vida con una mano adelante y la otra en la copa.

Así fue que esa noche comenzó el brillo de sus ojos. Al principio era atribuible al exceso de ron que corría en su organismo, pero los más observadores podían detectar algo más. Hubo un grito de amor en el aire que lo hizo volver en sí y es que con un grito como ese alguien podría salir corriendo, como ave espantada ante el primer disparo de un cazador. No pasó nada, piensa que supo disimularlo y volvió a sumirse en ese lugar normalmente invisible que ahora se delataba en un brillo detrás de sus pupilas, ahí estaba tranquilo todavía, sabía que tenía que disfrutarlo todo como estaba porque luego cuando él se atreviera a tratar de tocar la realidad y manipularla un poco para conseguir aquello que quería, segurito todo le salía al revés y terminaría nuevamente borracho, esta vez también extrañando aquellas buenas fiestas con viejos amigos, porque aquellos siempre son buenos para levantar ánimos caídos y para cruzarlo por el umbral de lugares inmorales, mientras él interpreta al hombre digno que no quiere estar ahí, en un fútil esfuerzo de postergar la sensación de culpa que inexorablemente le dará al ver el siguiente estado de cuenta.

Suficiente. El pesimismo no puede empañar el momento, el disfrute sigue ahí, al alcance de la mano y su sonrisa, aquella que guardó espacio para la melancolía, ahora lo va cediendo a su imaginación y vaya que tiene imaginación el hombre, que una sonrisa de ella le da para días enteros de historias dignas de las mejores y peores cintas hollywoodienses.

Ahí lo tienen, siempre se trata de alguna “ella”. Esa sonrisa de idiota tiene nombre y apellido. Casi aburre a su escaza audiencia con sus tonterías, porque él se sabe autor de incontables estupideces como esta, pero eso no lo frena, porque tarado como es, le basta con ver como se unen piernas y espalda en aquella mujer para restarle uno a uno todos los puntos que construyen con tanto orgullo su coeficiente intelectual. Al menos él se cree genio, queda por ver si es cierto y así le sobra un poco de cerebro al tenerla enfrente, aunque sea apenas suficiente para rescatar un par de palabras bonitas o algún viejo cliché que le salve la vida.

30.3.10

Cariñosamente desnuda

Al parecer las vacilaciones
son a mi malestar
lo que tu persistente belleza
es a mi imaginación.

Es que entre pagos e impuestos
cotidianos y molestos
se me han escapado dos sonrisas
una cariñosa/ una desnuda

Si le resto el calor y el ruido
de esta ciudad sin sentido
a tu delgadísima figura,
a tu pecho/ a tu cintura
sobra para dar regalos
al resto de mis sentidos


No has de saberlo pero,
esta ciudad se enferma sin ti.
Toce y no come
malcriada
Vuelve que eres
extrañada.

2.3.10

Esto, aquello y lo otro

Érase una vez Ramón, un pececito dorado que cometió el terrible error de hacerse pasar por muerto y terminó en el excusado. Aunque Augusto, el niño de 8 años dueño de Ramón, sólo supo que su papá lo había devuelto al mar. Federico, amigo de Augusto, sabía exáctamente lo que “devolver al mar” significaba, ya que había visto muerto al perro de su hermano y escuchó cuando su mamá, Claudia, le dijo que su papá lo había “llevado a la pradera”. Claudia engañaba al papá de Federico con Víctor, el vigilante de la garita de la calle en que vivían. Algo del asqueroso estado de ese baño de un metro cuadrado en el que cometían la fechoría la había hecho tener más orgasmos en tres meses que en sus 16 años de matrimonio, o al menos así lo sentía ella. Víctor había estado en la cárcel, ahí se hizo los tatuajes que atrayeron a Claudia en un principio. El artista era Marciel, un asesino de seis personas quien cumplía una larguísima sentencia. Aprendió a tatuar siguiendo el consejo de su primer compañero de celda, que en la cárcel hay que tener un algún tipo de pasatiempo para no enloquecer y pues, antes de convertirse en asesino múltiple, a Marciel se le daban muy bien los dibujos. El primer tatuaje que hizo fue a Leandro, un patético hombre condenado por violar a varias niñas, se decía que algunas eran menores de diez años, el tatuaje que le hizo era un gran letrero en su espalda que decía “MALDITO”. Leandro, antes de ser el lienzo de práctica de Marciel (catorce tatuajes en total, supuestamente uno por cada niña violada), había sido un hábil carpintero de un popular mercado de muebles. Se dedicaba a imitar los muebles más modernos de las distintas tiendas de la ciudad y lo hacía con un habilidad envidiable, aunque con materiales de menor calidad. La primera violación que cometió fue a la hija de su jefe, Reyna, de dieciseis años de edad, su excusa fue la de siempre en estos casos, ella era quien lo seducía. Eso había sido hace muchos años y Reyna logró superarlo, sin embargo, algunas noches, aún con su marido al lado, ella soñaba con aquella violación y en sueños la disfrutaba. Reyna trataba de entender por qué le sucedía esto, para eso contaba con Gregorio, su psicólogo, un hombre considerado por sus colegas como un talento desperdiciado, había renunciado a una importante beca por amor y ahora se dedicaba a atender pacientes a un precio relativamente bajo. Sin embargo, él estaba feliz. Había entrado a esta profesión para ayudar a la gente, con el ideal de ayudar a que otros no pasaran por lo que él. Su padre, Efraín, se había suicidado después de perder su empleo. La historia del suicidio fue dramática, ya que el cadaver fue descubierto por Miguel, un niño de seis años, en medio de un parque y con la mitada de la cabeza hecha un agujero. El trauma de Miguel fue grande, principalmente porque su mamá hizo un escándalo de proporciones descomunales, pero Miguel lo superó en su adolescencia, en gran medida con la ayuda de su mejor amigo, David, con quien tenía largas discusiones sobre la vida, la muerte, Dios, la religión; en fin, de esto, aquello y lo otro. Miguel recordaba particularmente una historia que habían leído y discutido juntos, una que convenció a David de que las vidas de todas las personas de la tierra, de alguna forma, están interconectadas.

13.2.10

Sangre

La parte más difícil no fue sacar toda mi sangre, fue ponerla a hervir mientras me hallaba completamente seco. No es fácil moverse cuando no hay irrigación de los músculos. Sin embargo, lo hice. Cada centímetro fue de dolor intenso, mi piel estaba completamente pálida, era papel, cada centímetro recorrido por mi brazo desgarraba las fibras de mis deltoides, bíceps, tríceps, flexores. Todos y cada uno deshaciéndose, como si se tratara del brazo de alguna antigua momia, pero nada salía de las grietas, mi sangre estaba toda en la olla donde suelo preparar la pasta. Parecía que se reía, pero podría haber sido una trampa de mis ojos, que comenzaban a arrugarse como plástico en una llama; aunque, cuando comenzó a hervir, podría jurar que escuché como mi sangre gritaba, pedía ayuda, imploraba por favor volver a recorrer mi cuerpo, deslizarse por mis arterias, atrincherarse en mis vasos, para regresar por mis venas y devolver el propósito a mi corazón. Sentí un profundo deseo de responder a sus súplicas. Cada vez era más difícil mantener el equilibrio. Mi razón me abandonaba. Es imposible pensar cuando no se tiene sangre en el cerebro. Mi deseo de ayudar se desvaneció, mi cuerpo comenzaba a desplomarse. Yo no veía, no sentía, no pensaba y aún así lo sabía, estaba cayendo al suelo, mi cuerpo se quebraba como un antiguo jarrón chino. El último vestigio de mis sentidos captó finalmente, dentro de la olla, la ebullición de mi sangre, ya era hora de poner la pasta y no había nadie alrededor.