21.6.10

Elena ya no tiene la llave

Dicen que la ha perdido, yo asumo que la barrieron debajo de la alfombra. Sobre la mediocridad de la señora que limpia la casa de Elena recae la injusta sospecha. Su hijo, su tesorito, sería el verdadero culpable. Barría apresuradamente un desorden que hizo la noche anterior mientras cargaba una y otra vez su pipa con marihuana en compañía de algunos de sus mejores (para su mamá peores) amigos.

Pobre Elena, ella siempre ha tenido la llave. No era amiga del destino, ni de la idea del destino, pero no tenía, como nosotros, la posibilidad de decir que no creía en el destino. El de ella se le había parado enfrente con sonrisa retorcida, sardónica, inolvidable, le había dado una llave, que abre algunas cosas, cierra algunas otras, nunca da tregua y no la juzga nunca, aún cuando la ha perdido. Entiendan que no puede luchar el destino contra el amor de una madre por su hijo.

Yo conozco dos verdades, una está frente al espejo y la otra en el bolsillo trasero derecho de mi pantalón. Son superficiales mis verdades, porque que si fueran profundas, al momento de llegar a ellas, ya se hicieron viejas, mañosas y falsas. Elena no conoce ninguna verdad, al punto que esa palabra no significa absolutamente nada para ella. Ha sido amante de bandidos y bribones, de santos y de héroes. Alguno de ellos el padre del marihuanerito que, yo asumo, perdió la llave, la llave de su madre.

Es angustioso perderlo todo. Es difícil encontrarse a uno mismo cuando aquel objeto en el que uno depositó el sentido de su vida, de pronto se extravía. El miedo maneja a todos los seres humanos, mentira, a todos menos a quienes lo aceptan y tratan de superarlo. Fue así el caso de Elena, quien respiró profundamente, calmó su cabeza y antes de gritarle a nadie fue y vació su cartera y ahí, brillando sobre el mesón de la cocina, cayó la llave, perdida, en la vorágine que habita las carteras femeninas.

Yo estaba equivocado, Elena tiene la llave.

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