26.4.10

Libertad

Lo más importante que he aprendido en mi vida hasta este momento es a tener una frágil apreciación de mi propia libertad en su sentido más puro y concreto: soy completamente libre de ser lo que quiera ser.

Frágil, porque a veces pierdo esta apreciación sin darme cuenta, en medio de pensamientos o ideas que me atan. Sin embargo, creo que para este momento de mi vida he logrado bastante al alcanzar a entender el concepto de mi libertad aunque sea por breves e intermitentes períodos de tiempo.

Voy a tratar de expresarlo mejor, aunque creo que en cierto punto, las palabras y los esfuerzos meramente racionales pueden quedarse cortos para lograr una explicación que pueda situar a otra persona en la inmensa satisfacción que siento cada vez que me encuentro lleno de mi libertad. Digo que soy libre de “ser” y no libre de “hacer”, porque ahí encontré el error fundamental en el que caía al comienzo de esta búsqueda. Porque yo puedo querer hacer muchas cosas en un determinado instante, pero hay leyes de mayor y menor orden que me impiden hacer estas cosas. Leyes que pueden ser de la naturaleza, tan básicas como la gravedad que me impide volar o tan complejas y personales como los principios morales personales que me impiden cometer algunos tipos de actos.

En cuanto al concepto de “ser” dentro de la frase con la que comienza este texto, hay que aclarar un punto. Es que el “ser”, para mi, está íntimamente ligado al momento, al presente, a lo inmediato. Aquí es donde existe una imposibilidad de ser aquello que uno no es. Por ejemplo, yo puedo decir que quiero ser millonario, o que quiero ser Superman y no lo voy a lograr. Entonces veo que las limitaciones de la libertad en el sentido aquí expresado son muchas, aunque yo también soy libre de imaginar algunas cosas y eso a veces llega a ser gratificante e incluso vital para mi.

Lo más importante, igual, sigue siendo que aquello que he aprendido es a tener una apreciación de mi libertad, porque lo cierto es que libres somos todos, es algo intrínseco al ser humano, tal como lo establece la declaración de los Derechos Humanos, la cual no es una Constitución o un conjunto de leyes que deban seguir y respetar los Estados, sino una enumeración de las verdades que nos construyen como individuos. Todos somos libres de ser lo que queramos ser, libres de obrar de una u otra manera ante una determinada situación.

De ahí se desprende una gran responsabilidad que tenemos, de ahí se desprende la importancia de lograr una apreciación de esta libertad, ya que al darme cuenta de que siempre he sido libre, comienzo a entender ciertas decisiones que he tomado en mi vida y cómo en ellas logré traicionarme a mi mismo, obré contrariamente a como yo sabía que lo debía a hacer en ese momento y, sin embargo, por cualquier razón superficial como la presión del grupo o tan compleja como algún supuesto “deber ser” inculcado por la sociedad hice algo equivocado o que iba en contra de lo que yo sentía o creía en el momento. Pero no se trata de arrepentimiento, se trata de aprendizaje, se trata de crear una consciencia de que a cada instante, minuto a minuto, yo me enfrento a una circunstancia y que dentro de esa circunstancia yo tengo que definirme a mi mismo, yo tengo que conseguirme a mi mismo y soy libre de ser yo mismo o de entregarme a la mediocridad de imitar a algún otro, de seguir un status quo o de simplemente quedarme callado y permitir que el mundo siga un curso que dentro de mi siento como equivocado.

Yo no soy todopoderoso, ni siquiera soy medianamente poderoso dentro de los cánones tradicionales del mundo en que vivimos, soy un joven con un blog y una cuenta de twitter. Mi poder llega hasta donde me alcanza el brazo y a veces ni siquiera es suficiente para mover una silla. Hay muchas cosas que quisiera hacer, que quisiera cambiar y simplemente no lo voy a lograr porque no tengo los medios inmediatos para hacerlo. Pero lo que sí puedo hacer es enrumbar mi vida en esa dirección, vivir con ese sentir, expresarlo sin temor y decidirme a cambiar al mundo. Esa decisión, debo tomarla a cada instante y no hay nada más difícil de lograr en esta vida. Las fuerzas de la humanidad, de religiones, convenciones sociales, ideologías, pensamientos, etc. son demasiado grandes, demasiado antiguas y demasiado complejas para poder entendernos completamente a nosotros mismos afuera de ellas. Porque no se trata de pensar que todo lo que viene de afuera es malo, no se trata de ser un rebelde eterno con todo o contra todo, se trata de encontrarme a mi mismo adentro de ese todo, saber que finalmente soy yo quien decido con qué me quedo de todo eso que los siglos y siglos de historia humana tienen para enseñarme y saber qué pondré yo de mi propia invención, de mi propia voluntad.

Finalmente; el último paso, en el que me encuentro en este momento, creo, es el de entender mis propias limitaciones y mis propios defectos de cara a lo que puedo hacer con mi libertad. Aceptar estos defectos a plenitud, aceptarlos aún sin querer cambiarlos. Me veo a mi mismo y reconozco mis defectos y no debo, por ellos, menospreciarme, porque son parte de mi, una parte tan importante como mis virtudes, tan necesaria para poder lograr esa apreciación completa de quien soy dentro del contexto de mi circunstancia y para poder disfrutar a cada instante el saber que, sin importar quienes sean mis padres, mis jefes, mis gobernantes, mis sacerdotes o mis dioses, soy completamente libre de ser lo que quiero ser.

8.4.10

Llamadas perdidas

Tuuuuuuuuuuuuuuuuu
nunca me contestas
Tuuuuuuuuuuuuuuuuu
no me correspondes
Tuuuuuuuuuuuuuuuuu
siempre te me escondes
Tuuuuuuuuuuuuuuuuu
y tu cara de molesta
Tuuuuuuuuuuuuuuuuu
constante relajo
Tuuuuuuuuuuuuuuuuu
tan despreocupada
Tuuuuuuuuuuuuuuuuu
vives en mi almohada
Tuuuuuuuuuuuuuuuuu
¡contesta ya, carajo!

5.4.10

Incontables estupideces

Aquel trago de aquella botella tenía sabor a buenas fiestas con viejos amigos, por eso su sonrisa guardaba, junto a la alegría del buen momento, un espacio para la melancolía. No hubo ahí un rastro de sufrimiento, sólo la placentera sensación de saberse querido, en tiempo presente, a través de recuerdos inevitablemente pasados.

A la luz de esa intermitente soledad, aquellas memorias tenían un resplandor casi solemne, cosa curiosa porque las que más apreciaba eran en su mayoría puras vagabunderías que mejor ni contarlas a quienes ahora lo acompañaban. La grandilocuencia que vestía sus recuerdos se la había dado el buen humor que nace en los que saben hacer de sus equivocaciones eventos dignos de la envidia de grandes artistas, a ver si luego el chisme da lugar a algún buen mito. Aquellos hechos que de ser confesados seguro levantarían algún cargo en alguna corte, siempre serán para él parte de la gesta heroica que ha sido vivir su vida con una mano adelante y la otra en la copa.

Así fue que esa noche comenzó el brillo de sus ojos. Al principio era atribuible al exceso de ron que corría en su organismo, pero los más observadores podían detectar algo más. Hubo un grito de amor en el aire que lo hizo volver en sí y es que con un grito como ese alguien podría salir corriendo, como ave espantada ante el primer disparo de un cazador. No pasó nada, piensa que supo disimularlo y volvió a sumirse en ese lugar normalmente invisible que ahora se delataba en un brillo detrás de sus pupilas, ahí estaba tranquilo todavía, sabía que tenía que disfrutarlo todo como estaba porque luego cuando él se atreviera a tratar de tocar la realidad y manipularla un poco para conseguir aquello que quería, segurito todo le salía al revés y terminaría nuevamente borracho, esta vez también extrañando aquellas buenas fiestas con viejos amigos, porque aquellos siempre son buenos para levantar ánimos caídos y para cruzarlo por el umbral de lugares inmorales, mientras él interpreta al hombre digno que no quiere estar ahí, en un fútil esfuerzo de postergar la sensación de culpa que inexorablemente le dará al ver el siguiente estado de cuenta.

Suficiente. El pesimismo no puede empañar el momento, el disfrute sigue ahí, al alcance de la mano y su sonrisa, aquella que guardó espacio para la melancolía, ahora lo va cediendo a su imaginación y vaya que tiene imaginación el hombre, que una sonrisa de ella le da para días enteros de historias dignas de las mejores y peores cintas hollywoodienses.

Ahí lo tienen, siempre se trata de alguna “ella”. Esa sonrisa de idiota tiene nombre y apellido. Casi aburre a su escaza audiencia con sus tonterías, porque él se sabe autor de incontables estupideces como esta, pero eso no lo frena, porque tarado como es, le basta con ver como se unen piernas y espalda en aquella mujer para restarle uno a uno todos los puntos que construyen con tanto orgullo su coeficiente intelectual. Al menos él se cree genio, queda por ver si es cierto y así le sobra un poco de cerebro al tenerla enfrente, aunque sea apenas suficiente para rescatar un par de palabras bonitas o algún viejo cliché que le salve la vida.